8.
Ace no se había esperado que la casa de los O’Shannessy fuera tan destartalada. Los suelos de madera desnuda no habían visto una capa de barniz en años. La pintura en las paredes aparecía descolorida por la edad. Era evidente que se habían gastado muy poco dinero en el mantenimiento.
A pesar de ello, vio numerosas pruebas de que Caitlin había tratado de adecentar el lugar. Delante de la puerta había una colorida alfombra trenzada, los retales de material entretejido aún mantenían el color. De hecho, la tela de la alfombra estaba en mucho mejor estado que la de su vestido, que estaba desgastada en los puños y los codos.
—Muy bonita —dijo, haciendo un gesto hacia la alfombra, sintiéndose intensamente incómodo—. Ojalá tuviera unas cuantas en mi casa. Los suelos todavía están desnudos como los huesos.
Ella se frotó las manos sobre la falda.
—La tienda de telas tenía una venta de retales el año pasado. En invierno, cuando nieva, me vuelvo loca si mis manos están sin hacer nada.
Ace miró a su alrededor, observando que la mayoría de los tapices también habían sido elaborados por una mano femenina, una pieza ovalada bordada que decía: Dios Bendiga Nuestro Hogar, un ramo de flores secas bajo el vidrio. Nada que hubiese costado mucho dinero, pero bonito en sí mismo. Debajo del farol había un tapete de encaje que a juzgar por su color amarillento, supuso podría haber hecho su madre.
Una ola de tristeza embargó a Ace. A pesar de que no podría haber explicado por qué, sospechaba que este desolado vestíbulo era un reflejo de lo que la vida de Caitlin había sido, una niña aferrándose a la belleza donde quiera que pudiera encontrarla.
Por encima de la mesa de la sala, iluminada por un abanico dorado de la lámpara, colgaba un retrato de Conor O’Shannessy y una mujer menuda, que Ace presumió era su esposa. Ace colgó su sombrero en un tosco perchero cerca de la puerta donde Caitlin había puesto su chal. Luego, ignorando el hecho de que ella lo evitaba nerviosamente en un remolino de faldas, se acercó al cuadro.
Dado el notable parecido de Caitlin con Edén, ella obviamente había heredado su apariencia por parte de su lado paterno, pero también era evidente que había heredado su diminuto tamaño de su madre. La mujer junto a Conor O’Shannessy era una pequeña cosa, no sólo de complexión delgada, sino también con un aire frágil.
Conor O’Shannessy… Ace miró el odiado rostro del hombre hasta que sus ojos ardieron. Luego, con un enrome esfuerzo, apartó la vista. Esta noche, los viejos odios tenían que dejarse de lado. Esta chica no había tenido nada que ver con las atrocidades cometidas contra sus padres.
Su atención se centró en una fotografía enmarcada de Caitlin y Patrick debajo de la de sus padres. Conjeturó que Caitlin tendría cerca de diez años cuando se tomó la imagen, Patrick unos ocho. Incluso de niña, había mirado al mundo con una mirada cautelosa, su expresión precavida, su postura transmitiendo una feroz actitud protectora hacia su hermano.
—Tu madre ¿supongo? —se volvió para mirarla—. Me preguntaba de dónde sacaste esa frágil constitución. Ahora lo sé.
Ella enderezó los hombros, y su barbilla se alzó.
—Soy más fuerte de lo que parezco, Sr. Keegan.
Ace supuso que había tenido que serlo. Dado que Patrick había estado enganchado a la botella desde unos meses atrás, había estado haciendo el trabajo de un hombre en este lugar. La idea hizo que sus entrañas se contrajeran. De alguna manera, su fiero orgullo la hizo parecer aún más pequeña y delicada, lo que no era el efecto que ella deseaba, de eso estaba seguro.
Descendiendo su mirada hacia sus manos rugosas de trabajar, se encontró a si mismo pensando en cosas que deberían haber sido francamente alarmantes para un soltero empedernido. ¿Se estaba volviendo loco?
No le debía a Caitlin O’Shannessy toda su maldita vida servida en bandeja para resarcirla.
—Tu madre murió cuando eras muy pequeña ¿no?
Ella lo miró perpleja.
—Sí, cuando tenía dos años. ¿Cómo lo sabe?
—Sólo una suposición. —Ace sólo podía preguntarse cuánto más fácil su vida podría haber sido si su madre no hubiera muerto cuando ella era tan terriblemente joven—. Debe de haber sido duro para ti, perderla cuando eras tan pequeña.
—Sobreviví.
Había sobrevivido a muchas cosas, sospechaba Ace. Pero eso no quería decir que hubiera sido fácil. Esa rigidez peculiar volvió a su garganta al ver las expresiones que cruzaban su rostro. Era una incógnita las penurias que había sufrido. No había más que ver las sombras en sus bellos ojos para saber que había sufrido.
Claramente sin necesitar o querer su simpatía, ella cogió la farola. Ace la siguió a ella y al baile de luz por un largo pasillo hasta una puerta cerrada que asumió llevaba a la cocina. A pesar de que se quedó atrás varios metros, Caitlin no dejaba de mirarle nerviosamente por encima del hombro. ¿Como si fuera a saltar sobre ella desde atrás? Por irritante que fuera, Ace suponía que no podía culparla.
Como la parte frontal de la casa, la cocina daba señales de que Caitlin O’Shannessy había aprendido a conformarse con muy poco. Funcional con sus suelos de madera , paredes sin pintar, sin embargo la habitación se había dispuesto para parecer alegre con cortinas amarillas a cuadros colgadas sobre la ventana y armarios abiertos.
Coloridas alfombras trenzadas yacían esparcidas por el suelo, un ocasional retal de color amarillo en el tejido. Incluso a la rascada mesa de madera se le había puesto un toque de elegancia con un pañuelo de cómoda bordado y una abollada vieja lata de manteca de cerdo con un ramo de rosas silvestres, la tonalidad de las flores casi exacta al vestido de Caitlin.
Era la clase de cocina que invita a un hombre a sentarse y calentarse junto al fuego. Las coloridas alfombras , manoplas, las cuidadosamente almidonadas cortinas. Los pequeños detalles de las manos amorosas que le decían muchas cosas sobre la chica que los había puesto allí. Lo nuevo que eran los tejidos le contaban otra historia, que Caitlin había hecho la decoración recientemente, probablemente después de la muerte de su padre.
No queriendo acercarse a su nerviosa anfitriona, Ace apoyó un hombro contra el marco de la puerta. Sin saber qué hacer con sus manos y queriendo parecer lo menos amenazante posible, al final se metió los pulgares en el cinturón de su pistola.
—Debes ser muy hábil dirigiendo la casa —señaló con la cabeza el tapete sobre la cómoda—. Lo has hecho tú, supongo. ¿O es Patrick el que hace uso de aguja e hilo cuando no está fuera sacrificando el ganado de sus vecinos?
El rubor inundó sus delicadamente demacradas mejillas.
—Me temo que tiene una muy mala impresión de mi hermano. Lo crea o no, sólo ha disparado una bala en su vida y fue esa.
Dejó el farol en un estante cerca del fogón , agarró otra caja de cerrillas para ir hacia una lámpara de soporte que se balanceaba a lo largo de la pared contigua.
A juzgar por su expresión, Ace no estaba seguro si quería encender la maldita cosa o desmantelarla. Reprimió una sonrisa, complacido al ver que tenía un poco de coraje. Después de estar con su hermana Edén, que no pensaba en ir mano a mano con él, Ace no estaba seguro de cómo tratar con Caitlin, que daba un salto cada vez que él hacía un movimiento inesperado.
Caitlin y Edén… Por muy asombrosamente parecidas que las dos chicas eran, Ace tuvo que admitir a regañadientes que Caitlin era más hermosa. Comparada con Caitlin, Edén perdía resplandor, como una pintura que había comenzado a desvanecerse. El cabello de Edén no era de un profundo castaño, ni sus rasgos tan delicadamente esculpidos o su piel tan perfecta. ¿En cuanto a sus ojos? Bueno, no había comparación. Ace nunca había visto ojos más hermosos que los de Caitlin. Del color de un cielo de verano, eran tan profundos y claros que un hombre se podía perder en ellos.
Con un sobresalto, se dio cuenta de que estaba haciendo precisamente eso. A juzgar por la expresión de Caitlin, había dicho algo y estaba esperando una respuesta.
—¿Disculpa?
Ella hizo un gesto con la mano hacia la mesa.
—He dicho que por favor se siente y ponga cómodo.
Puso de nuevo la caja de cerrillas en la estantería y se acercó a la mesa de madera. Mientras avivaba el fuego en el interior de la estufa, Ace se sentó en una silla de respaldo recto. Al igual que el porche y el granero necesitaba urgentemente una reparación se tambaleo y crujió bajo su peso.
Siempre consciente de su nerviosismo, lo que le hacía sentir como un ratón en un reunión social, miró a su alrededor. Mientras estaba en las nubes, ella había encendido tres lámparas de pared. Se sentía mal por ello, porque tenía la sensación de que el combustible era un gasto que no podía permitirse. El brillo de la luz creó un halo dorado alrededor de su fogoso cabello.
—No tomará más que un minuto que el agua hierva para nuestro té —dijo por encima del hombre—. El agua del depósito ya está caliente.
Observando fijamente su esbelta espalda y la femenina línea de sus caderas, se recostó cuidadosamente en su asiento. Con un poco de suerte, la silla no colapsaría bajo su peso.
—En lo que a mí respecta no tengo ninguna prisa. Tengo toda la noche.
Con manos serenas sirviendo el agua del depósito en una tetera de cobre, una vez más le lanzó una mirada de asombro. Volviendo sobre lo que había dicho, Ace se apresuró a añadir.
—No es que tenga intención de quedarme tanto tiempo.
Las manchas de color a causa de la furia que habían salpicado sus mejillas hacía un momento se extinguieron, dejando su rostro demacrado y pálido. Ace la miró frunciendo el ceño preocupado, preguntándose por que le había invitado si le ponía tan nerviosa.
Deslizó la tetera a la parte posterior del fogón, luego dio un paso hacia el armario para buscar las tazas de porcelana.
Mientras ella estaba ocupada con las tazas y los platillos, Ace se encontró siendo abordado por un gran gato atigrado. El gato saltó de debajo de la mesa a su rodilla, luego sacó todas sus garras para mantener su posición. No siendo demasiado aficionado a los gatos, Ace no estaba muy contento de jugar a la almohadilla. Su entusiasmo se hundió más cuando notó que el pelo amarillo ya estaba por sus ropas negras.
Después de rascar obligatoriamente al gato detrás de sus orejas, lo agarró y le dio un pequeño empujón. Para su horror, el felino con sobrepeso golpeó el suelo con el vientre con un ruido sordo. Por un momento Ace se congeló y se quedó mirando. Nunca antes había visto a un gato aterrizar despatarrado.
—Maldita sea.
—¡Oh! —gritó Caitlin. Dándole a Ace una mirada acusadora, voló a través de la cocina en un remolino de faldas de color rosa. El gato eligió ese momento para dar rienda suelta a un maullido lastimero.
—Lucky, mi podre dulce bebé. ¿Qué te ha hecho este hombre grande?
—Todo lo que hice fue bajarlo.
Bien podría no haber hablado. Caitlin se agachó para levantar al gato llorón en sus brazos.
—Oh, bola de masa.
El gato era una bola de masa, de acuerdo. O, más precisamente, un enorme trozo de carne sin huesos ni piel. Echó un vistazo a la criatura con asombro y disgusto, sintiéndose culpable por haberle hecho daño.
—Todo lo que hice fue bajarlo. En serio. Pensaba que todos los gatos caían de pie.
Abrazando estrechamente al gato y acariciándole la parte superior de la cabeza con la mejilla, lo miró con la misma mirada acusadora.
—No todos los gatos. Lucky está tocado. Seguramente lo habrá notado.
¿Tocado? La mirada de Ace se dirigió de nuevo al gato. Ahora que lo pensaba, la pobre cosa tenía una mirada extraña en los ojos. Y desenfocados, una mirada algo tonta.
—¿Qué quieres decir exactamente con tocado?
—Se golpeó la cabeza cuando era pequeño —explicó—. Después de eso, nunca fue el mismo.
Así que el gato tenía el cerebro dañado. En opinión de Ace, hubiera sido más bondadoso sacrificar al animal, pero se abstuvo de decirlo. Caitlin claramente quería a su mascota.
Ace sonrió ligeramente cuando la vio poner al gato con suavidad en el suelo. A Lucky le llevó un momento equilibrarse. Caitlin le dio una palmada en el trasero para enviarle a su camino, luego se puso de pie cuando el felino se contoneó fuera.
—No quería hablarle bruscamente. Supongo que los gatos tocados son una rareza.
—Se podría decir que sí. Pido disculpas por hacerle daño. No quise hacerlo.
—Debería haberlo vigilado más atentamente. Me temo que no es muy inteligente. —se limpió las manos—. Si algo le asusta, es igual de probable que se esconda o que se meta debajo del fogón cuando hay un buen fuego dentro.
Ace miró el fogón.
—Seguramente sale cuando empieza a sentir calor ¿no?
—No. Parece no darse cuenta de que es el fogón el que le está haciendo sentir incómodo. —Sacudiéndose ligeramente el pelo de gato de su corpiño, se movió al otro lado de la cocina—. Mantengo una escoba a mano, por si acaso.
—He oído hablar de personas y animales sin suficiente sentido común de sentir el frío, pero nunca al revés. —Sólo la idea de un pobre animal estúpido escondido debajo de un fogón hasta prenderse fuego le llevó a decir—. ¿Se te ha ocurrido pensar que no le estás haciendo un favor a Lucky?
—¿Cómo es eso? —Sus ojos reflejaban su incredulidad cuando entendió su significado—. ¿No puede querer decir que yo… —su mirada se desvió hacia la pistola en su cadera—… debería ponerlo a dormir?
La expresión de su cara le dijo a Ace que acababa de cimentar todas sus peores opiniones sobre él. El por qué le molestaba, no lo sabía. Pero lo hacía. Pensando rápido, le dijo.
—No, quiero decir… bueno, yo estaba pensando que tal vez sería mejor si tomases medidas para que nunca entre en la cocina. ¿Qué pasará si se mete debajo del fogón en algún momento cuando no estés aquí?
—No se mete debajo a menos que alguien lo asuste, se lo dije.
Para ser precisos, había dicho algo no alguien, pero Ace estaba demasiado ocupado pensando quién había asustado al pobre gato para señalar la diferencia. Caitlin no, sin duda. Sólo quedaba Patrick o uno de sus jornaleros.
Después de hacer funcionar la bomba para lavarse las manos, Caitlin recogió la vajilla. Cuando se acercó a la mesa con su carga, temblaba tanto que las delicadas y pequeñas tazas se tambalearon peligrosamente sobre sus estriados platillos. Esto en cuanto a su rapidez de pensamiento. Ahora, además de pistolero y jugador, tenía otro delito en su contra, asesino de gatos.
Se inclinó hacia adelante en su silla, los codos apoyados en las rodillas, las manos juntas.
—Caitlin, realmente no es necesario que te tomes tantas molestias. En realidad ni siquiera quiero una taza de té. ¿No sería mejor si…
—¡Oh, seguro que primero tomará un poco de té! —Poniendo las tazas y los platillos en la mesa con un fuerte ruido, fijó una mirada suplicante en él.
Ace suspiró.
—Caitlin, yo…
Interrumpiéndolo, se apresuró a decir.
—Ninguno de los dos se quedó para el buffet de la reunión. Estoy muerta de hambre. ¿Usted no?
Se apartó para ir hacia otro armario. Un segundo más tarde, regresó a la mesa con un plato cubierto. Quitando el trapo a cuadros, le presentó con una montaña dorada de galletas de azúcar.
—No están exactamente recién salidas del horno, pero las he hecho esta tarde.
Justo en ese momento, la tetera pitó. El estridente sonido la sobresaltó tanto que saltó , la pila de productos horneados resbaló del plato. Ace olvidó por completo las débiles juntas de la silla , se lanzó hacia adelante intentando agarrarlas. Las galletas saltaron por todas partes, cayendo sobre la mesa y el suelo.
Caitlin se quedó de pie en medio del desastre, su mano con los nudillos blancos seguía agarrando el plato, su boca temblaba y de sus ojos brotaban las lágrimas. El ver sus lágrimas fue el golpe de gracia. Ace sabía que no era del tipo que llora con facilidad, probablemente nunca delante de alguien. Eso se hizo evidente por la forma frenética en que parpadeaba para enjuagarse los ojos.
—Caitlin, cariño, por favor, no llores. Te juro por Dios, que prefiero que me fustiguen.
Dejando a un lado las galletas que había agarrado, se levantó de la silla y tomó el plato antes de que ella lo dejara caer. Luego comenzó a recoger las galletas que habían caído al suelo. Su miedo a él era tan intenso que parecía casi palpable, una sensación fría, espesa y eléctrica. Saber que él lo había causado, que se lo merecía, le hizo sentirse enfermo.
—Sabes, nunca tuve la intención de ahorcarlo —se oyó decirle—. La cuerda estaba manipulada y se habría roto cuando hubiese tenido que aguantar todo su peso. Sólo quería darle una lección. —Levantó la vista, vio la incredulidad reflejada en su mirada y dijo:
—¿Dónde está la maldita cuerda? Con mucho gusto te lo demostraré.
Ella retrocedió un paso, con el rostro tan pálido que lo asustó.
—En el g… granero, en algún lugar.
—Recuérdame que la busque antes de que me vaya para que pueda mostrártelo —Inclinándose hacia adelante en una rodilla, Ace recogió más galletas. Arrojándolas sobre la mesa, le dijo—: En cuanto a mi comportamiento contigo, Caitlin, no tengo excusa. Por razones en las que probablemente es mejor que no entre, me volví un poco loco por un tiempo. Todo en lo que podía pensar era en vengarme. Tu padre no estaba para llevarse la peor parte, por lo que la tomé contigo.
Su voz era ronca. Alzándose, se acercó al fogón para retirar la silbante tetera del fuego. Luego volviendo hacia Caitlin, le dijo.
—Eso no es excusa, lo sé, pero te juro que nunca lo hubiera llevado a cabo. La verdad es que pensé que eras igual que tu padre y tu hermano, que las promesas no significaban nada para ti y que hubieras corrido a la primera oportunidad.
Vio un destello de ira en sus ojos ante el insulto que había lanzado sobre los hombres de su familia. Puesto que con la conciencia tranquila no podía retractarse o pedir disculpas por ello, se precipitó a decir.
—Cuando empecé a darme cuenta de que no tenías intención de correr, que pensabas mantener tu palabra, bueno, para mi vergüenza, no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde.
La incredulidad en su mirada persistía, sólo que ahora Ace sintió que era por una razón completamente diferente.
—¿Esto quiere… —se humedeció los labios — decir que me está liberando de nuestro acuerdo?
—¿Qué?
Con la boca temblando, ella hizo un gesto con la mano.
—Significa esto que… ya sabe, ¿el pagaré?… Significa esto que usted y yo no vamos a… que usted no… —Su voz se apagó—. ¿Me está liberando de nuestro acuerdo?
La comprensión lo golpeó entonces, como un puñetazo entre los ojos. Santo Dios. No era de extrañar que hubiera estado tan nerviosa toda la noche.
Durante las últimas tres semanas, mientras él había estado tratando de pensar en alguna manera de disculparse, ella había estado esperando que apareciera en su puerta para cobrar ese estúpido pagaré.
La primera reacción de Ace fue la indignación ante la idea de que lo creyera capaz de ser tan miserable. Luego se dio cuenta de que la había llevado a creer exactamente eso. El asombró alejó su ira mientras digería lo que todo esto significaba, que ella lo hubiera invitado aquí esta noche con toda la intención de honrar su palabra. Sólo Dios sabía por qué. Cuando una mujer estaba siendo víctima de un hombre, sobre todo, de tal forma que podía poner en peligro su virtud, nadie esperaba que ella lo tratara justamente.
De todos modos, no podía dejar de admirarla por ello.
Caitlin O’Shannessy era tan diferente de su padre y de su hermano como podía serlo.
Desgraciadamente, en su ciega obsesión por la venganza había arruinado cualquier oportunidad que ella hubiera podido tener de una vida normal, un destino que estaba lejos de merecer.
Mirándolo con evidente incredulidad, soltó una risita temblorosa.
—Usted no… no ha venido aquí para… no espera que yo… —Se interrumpió, claramente demasiado avergonzada para continuar.
—No —le aseguró Ace—. No Caitlin, no lo hago. Todo lo que quería era disculparme y de alguna manera hacer concesiones —Suspiró y se pasó una mano por el pelo—. Creo que he hecho un maldito y mediocre intento de ello, ¿no?
Ella se tocó los labios con los dedos y cerró los ojos, tan obviamente aliviada que casi le flaquean las fuerzas. Cuando lo miró de nuevo, algo de color había vuelto a sus mejillas.
—Concesiones —repitió ella débilmente—. Entiendo.
Sólo que por supuesto ella no entendía. No entendía nada. ¿Cómo podía? Ace se volvió a sentar en la tambaleante silla, apoyó un codo sobre la mesa y se pasó una mano por la cara.
—Caitlin, te lo juro, no tenía ni idea que era en eso en lo que estabas pensando —Un horrible, y sin duda inadecuado, impulso de reír se apoderó de él. ¿Le importa si primero tomamos el té? —Ah, Caitlin. Lo siento mucho.
Sonando casi atolondrada, ella dijo.
—Está bien. De verdad.
Cuando él bajó la mano , se centró en su dulce rostro, Ace supo que estaba perdido. No podía simplemente disculparse e irse. A lo mejor los caballeros del sur eran una especie en extinción, pero los valores de Joseph Paxton seguían siendo fuertemente patentes en él. Un hombre no destruye la reputación de una chica y luego la abandona para hacer frente a las consecuencias. Sobre todo cuando la joven era una persona como Caitlin. Merecía algo mejor, no había duda al respecto, por Dios, que ella iba a conseguirlo.
—Caitlin, cuanto más pienso en este lío, más me convenzo de que la única solución es que te cases conmigo.
—¿Qué? —Hizo pequeños puños con las manos en su falda—. ¿Qué ha dicho?
Por segunda vez en muy poco tiempo, Ace tenía motivos para desear ser un poco más elocuente.
Contra toda lógica, su expresión horrorizada le hizo estar aún más decidido.
—Ya me has oído. Creo que deberías casarte conmigo. Es la única solución que tiene sentido. Mis actos la otra noche fueron inexcusables y las repercusiones te van a afectar durante años.
Extendiendo una mano sobre su corazón, lo miró silenciosamente horrorizada, sin moverse, ni siquiera parecía respirar.
—¿Se ha vuelto loco?
Posiblemente. Demonios, probablemente.
—No es una idea tan descabellada si piensas en ello.
Ella dio un paso atrás.
—No me voy a casar con nadie, ni para enmendar mi reputación ni por cualquier otro motivo.
—Ahora, Caitlin…
—¡No! —Alzó una mano—. ¿Las repercusiones? —negó con la cabeza—. No tengo la intención de permanecer en No Name el tiempo suficiente para que eso ocurra.
Él se inclinó para recoger una galleta que no había visto en el suelo.
—¿Oh? ¿Y a dónde vas?
—A San Francisco, creo.
Convencido de que no la había oído bien, le dijo.
—¿Qué dijiste?
—San Francisco. Tan pronto como Patrick haga que el rancho funcione de nuevo y pague el dinero que él, mmm, tomó prestado el mes pasado de mis ahorros, tengo la intención de irme a San Francisco.
—¿San Francisco? —repitió estúpidamente.
—Sí. Tenía cerca de mil dólares ahorrados. Eso debería ser suficiente para mantenerme hasta que pueda establecerme y encontrar un trabajo.
No había pasado por alto como había dudado con la palabra “prestado” hacía un momento, lo que le llevó a sospechar que el viejo Patrick había robado el dinero de sus ahorros. Por mucho que Ace aborreciera el robo, no podía dejar de pensar que en este caso, Patrick le había hecho un favor a Caitlin. ¿Una joven mujer sola en una de las ciudades más peligrosas en la Costa Oeste?
—No puedes hablar en serio. ¿San Francisco? Te quedarías sin un centavo y en la miseria a la semana de tu llegada.
Ace se abstuvo de añadir que sólo había un tipo de empleo que una mujer joven podía encontrar rápidamente en San Francisco. A juzgar por la palidez de Caitlin ante la mención del matrimonio, tenía serias dudas de que estuviera hecha para ese tipo de trabajo en particular, aunque Dios sabía que había sido bendecida con el equipo adecuado para ello.
Evaluando rápidamente dicho equipo e imaginando a algún desgraciado escoria poniendo sus manos sobre ella, Ace decidió que, contra viento y marea, no iba a dejar que esta chica se fuera sola a alguna parte. En su ingenuidad, tal vez no entendía cómo podían ser los hombres despiadados, pero Ace sí. En el paseo marítimo de San Francisco era donde él había aprendido a jugar a las cartas, , manejar un arma, un lugar donde un depredador cazaba depredadores y sólo los fuertes sobrevivían.
Como si hubiera adivinado sus pensamientos, ella dijo.
—No soy una niña, Sr. Keegan. Soy perfectamente capaz de cuidar de mi misma, se lo aseguro.
Ace estaba de acuerdo con ella de todo corazón en un punto, definitivamente no era una niña. Desgraciadamente, era su madurez, o quizás una palabra mejor podría haber sido “raciocinio” lo que la hacía tan vulnerable.
Antes de que pudiera pensar en una forma de argumentar con éxito su punto sin avergonzarla, un relincho de fuera rompió el hilo de sus pensamientos.
—¡Keegan! ¡Maldito seas, sal de ahí!
Con los ojos abriéndose como platos con alarma, Caitlin se llevó una mano a la garganta.
—¡Oh, no! ¡Es Patrick!
Ella se dio la vuelta y huyó de la cocina, Ace pisándole los talones. En la puerta principal, apartó la cortina de la ventana para mirar hacia fuera. Inclinándose para mirar por encima de su hombro, Ace vio a Patrick O’Shannessy de pie en el patio iluminado por la luna, los pies separados, con el revólver desenvainado.
—¡Cristo! Chiquillo loco. Como si pudiera ir contra mí con un arma.
—¡Oh, Dios mío…!
Como no le gustaba la forma en que O’Shannessy agitaba su arma, Ace la agarró por los hombros.
—Caitlin, quiero que vuelvas a la cocina. Yo me encargo de esto.
Ella se soltó de su agarre.
—¡Yo no voy a ninguna parte! El de fuera es mi hermano. ¿Cree que me voy a esconder en la cocina y dejar que le dispare?
Ace no podía ni imaginarlo.
—Tú eres la que probablemente puede recibir un disparo —La agarró por los brazos y le dio la vuelta, poniéndose entre ella y la puerta—. Ahora, maldita sea, haz lo que te digo. Ve a la cocina. De la forma en que está balanceando el arma, podría dispararse de forma accidental.
—¡Keegan! —gritó Patrick—. ¡Sal aquí, maldito hijo de puta! ¡No puedes deshonrar a mi hermana y salirte con la tuya!
—¡Oh, Dios, está borracho!
—Borracho y muy peligroso. Ve a la cocina.
Con un sollozo roto, agarró puñados de su camisa.
—¡Júreme que no le disparará!
—Caitlin, tiene un arma. Si empieza a disparar, ¿qué otra opción tendré?
—¡Pero no puede dispararle! Está borracho. ¡No sabe lo que está haciendo! Prométame que no le disparará.
Su expresión de pánico le hizo desear poder hacerle esa promesa. Desgraciadamente, no era lo bastante galante.
—Borracho o no, son balas de verdad las que tiene en el revólver. Intentaré no matarlo, pero eso es lo mejor que puedo ofrecer.
—¡Keegan! —El fuerte sonido golpeando la puerta, enfatizó lo que había dicho, haciendo que Ace casi saltara fuera de su piel—. Te dije que salieras. Has arruinado la reputación de mi hermana, ¿me oyes? Todo el mundo en la ciudad está hablando de ella. ¡Seguirla a casa esta noche, ha hecho las cosas aún peor!
—¡Te oigo! —le contestó Ace—. Enfunda el arma de nuevo, Patrick. Vamos a hablar con calma sobre esto. No hay motivo para que alguien salga herido. Tu hermana está aquí, no te olvides. ¡Si disparas el arma, podrías darle a ella!
—¡Así es, ella está ahí, despreciable y miserable escoria. Te sorprendí in fraganti, ¿no? Tal vez puedas librarte comprometiendo a la hermana de otro hombre, pero no a la mía. ¿Lo entiendes?
Caitlin soltó la parte delantera de la camisa de Ace y presionó el dorso de la mano en su frente.
—Oh, Dios mío…
Ace apartó la cortina de la puerta de nuevo. Patrick seguía balanceando el arma alrededor y tambaleándose para mantener el equilibrio. Borracho no describía su estado.
—¿Crees que porque eres rápido con el arma puedes hacer lo que quieres? —gritó—. Bueno, ven aquí fuera, arrogante capullo. Te mostraré otra cosa. ¡O bien haces a mi hermana una mujer honesta, o te vuelo tus malditos sesos!
Ace estaba a punto de decirle a Patrick O’Shannessy que podría morir en el intento cuando de repente asimiló exactamente lo que el joven le había dicho. El destino, comprendió, le había dado una opción real de arreglarlo todo. Le arqueó una ceja a Caitlin.
—¿Has oído eso? Incluso borracho, tu hermano parece tener más sentido común que tú.
Con una expresión totalmente desconcertada, ella dijo:
—¿Perdón?
Bajando la mirada hacia su pálido rostro, Ace deseó que hubiera otra manera. Pero no la había. Algún día, sería capaz de ver eso.
—Si no lo entendí mal, Patrick me está dando una opción. Me puedo casar contigo o tener mis sesos desparramados.
Sus ojos se agrandaron.
—No puede estar hablando en serio.
—Oh, hablo en serio, está bien.
Tan rápido que apenas vio su movimiento, agarró puñados de su camisa de nuevo. Tenía la sensación de que casi había ido a por su yugular.
—¡Ni siquiera lo pienses ¿Me entiende? No voy a ser chantajeada para casarme con usted o con cualquier otro.
Con el pecho dolorido con pesar, no por lo que estaba a punto de hacer, pero por la forma en que pretendía conseguirlo, Ace logró sonreír.
Tal y como lo veía, no había opciones. Para ninguno de los dos. Cuanto antes aceptara eso, en mejores circunstancias estaría ella.
—¿Prefieres que le dispare?